Justo cuando las esperanzas de un acuerdo se desvanecían, comenzamos esta semana con una nota positiva, ya que el primer ministro británico, Boris Johnson, tras una reunión bilateral con su homólogo irlandés, modificó su oferta a la UE, con propuestas que Michel Barnier, jefe negociador de la UE, calificó como «constructivas», permitiendo finalmente nuevas negociaciones en profundidad antes de la reunión del Consejo Europeo del 17 de octubre. Este es un progreso innegable, pero si bien creemos que las posibilidades de una salida «sin acuerdo» el 31 de octubre son ahora materialmente menores, no estamos seguros de que una aclaración definitiva esté llegando todavía. Probablemente aún sea necesaria una nueva prórroga del Brexit.
El cambio principal, parece estar relacionado con el tema irlandés, donde el Gobierno británico ofrece un dulce muy tentador: Irlanda del Norte seguiría siendo parte del territorio aduanero del Reino Unido, pero continuarían aplicándose las normas y aranceles aduaneros de la Unión Europea. Londres pretende que esto sea una forma de evitar una frontera física entre Irlanda del Norte y la República, al tiempo que se garantiza la integridad del mercado único de la UE, una demanda clave de Dublín y la UE. Sin embargo, esto haría necesarios los controles aduaneros y regulatorios entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido, una píldora muy granda para que pasen por ella los unionistas del Ulster (DUP) que actualmente le están dando a Boris Johnson su exigua mayoría en el Parlamento.
En cualquier caso, incluso suponiendo que la UE pueda dar luz verde a tal acuerdo, es posible que no se cumplan las condiciones políticas para su aprobación en el Parlamento británico. Más allá de las posibles reservas del DUP, puede haber suficientes espartanos en el partido Tory para considerar que el acuerdo es inaceptable. En tal caso, Boris Johnson necesitaría contactar con algunos miembros del Partido Laborista.
Sin embargo, un problema es que ofrecer concesiones en Irlanda del Norte es una manera para que Johnson avance su agenda de una «ruptura limpia» de la UE para el resto del Reino Unido, persiguiendo la desregulación en el mercado laboral o cuestiones ambientales, lo que precisamente hace que ese acuerdo sea muy difícil de aceptar para los parlamentarios de centro izquierda. Esta es una diferencia con el enfoque que asumió Theresa May, que aceptó la noción del “backstop” para el Reino Unido en su integridad, lo que habría reducido severamente la posibilidad de desviarse de la UE. No podemos excluir que incluso si el Parlamento británico acepta realmente un «acuerdo» antes de fin de mes, la oposición lo condicionaría a un referéndum de confirmación.
De hecho, este último argumento puede estar pesando mucho en los líderes europeos. ¿Por qué deberían arriesgarse con la integridad del mercado único para ayudar a un Gobierno británico que es muy explícito sobre la idea de convertirse en un competidor directo de la UE? Especialmente si los líderes europeos perciben que el riesgo de un «no acuerdo» real es relativamente bajo, ya que la posición del Parlamento británico es que, en ausencia de un acuerdo, el Primer Ministro debe buscar una nueva prórroga.
Parece, en definitiva, que Boris Johnson necesita dar más pasos hacia la UE para asegurar un acuerdo. Pero con cada paso viene el riesgo de perder aún más apoyo en su propio Parlamento. Probablemente cuente con la llamada “fatiga del Brexit”, un deseo genérico de “terminar con eso” que sin duda está aumentando entre los parlamentarios (y la población en general). Pero esto sigue siendo difícil de vender. La extensión más allá del 31 de octubre, al menos de carácter técnico para permitir la conclusión de las negociaciones, se mantiene en nuestra opinión como el escenario base en estos momentos.